Tomado de la Revista Mundo Diners, por Mónica Almeida
Abogada que no se amilana ante los retos, Carmen Corral es la vicepresidenta de la Corte Constitucional, una de las instituciones que desde 2019 ha recuperado su prestigio dejando en el olvido a la llamada Corte Cervecera. Una vez aprobadas las resoluciones las asumen sus nueve miembros que, como dice la jueza, no se deben a nadie.
Carmen Corral Ponce vive a mil por hora entre la responsabilidad de ser jueza constitucional, hija, esposa y madre de tres hijos. El tiempo no le da para más, porque todo lo que hace lo asume de lleno y los fines de semana la encuentran trabajando en algunos casos de la Corte o asistiendo a un partido de fútbol de su hijo adolescente.
Apasionada por el derecho, algo que le viene por tradición familiar, a lo largo de su vida ha asumido y vencido muchos desafíos profesionales y personales, entre ellos un cáncer. Su apariencia es la de una mujer dulce y templada, que no pierde los estribos, pero en los debates internos de la Corte Constitucional asegura ser apasionada y decir las cosas como son. Libera el estrés con caminatas y clases de samurái.
Junto a Juan Carlos Solines han formado una familia de tres hijos: Carlos, Amanda y Emilio, y en septiembre próximo cumplirán treinta años de matrimonio. La política entró y salió de su vida debido a las candidaturas de su esposo, desde 2019 ella es una figura pública.
—¿Por qué decidiste ser abogada?
—En mi familia, las leyes han estado presentes por generaciones, mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre, todos abogados, tradición de tradición. Me gradué de físico-matemático y dudaba si estudiar Economía o Arquitectura, finalmente opté por Derecho, por la tradición familiar.
—Has hecho casi toda tu vida en la capital, ¿ te dices quiteña?
—No, yo siempre digo que soy orgullosamente cuencana, solo que ya no canto (risas). Vinimos a Quito cuando yo tenía cinco años. Tengo ciertas palabritas que me vienen: des-ayuno, des-arrollo. Me saben molestar por eso porque en Cuenca se separan así. No digo chompa, sino casaca.

—Muchos de tus amigos te definen como la noria de la clase, ¿te sentías bien en ese rol?
—Era superestudiosa, fui abanderada y lloraba si sacaba diecinueve. Siempre he tenido ese sentimiento de competitividad. Cuando fui a Estados Unidos a hacer la maestría en Georgetown University, ya casada con Juan Carlos (Solines), fue frustrante porque estudiaba muchísimo pero no sacaba tan buenas notas como aquí.
—¿Ambos abogados se casaron y se fueron a estudiar afuera?
—Yo egresé en julio de 1995 de la carrera de Derecho en la Universidad Católica y nos casamos en septiembre, luego terminé mi tesis y obtuve el título de doctora en 1996.
—Hiciste dos maestrías seguidas, una en Georgetown en Derecho financiero y la otra en Boston University en Derecho bancario, ¿qué te quedó de esa experiencia?
—Al principio fue frustrante porque eran muy exigentes comparadas con la universidad ecuatoriana, el nivel es altísimo. También me abrió los ojos al mundo, a las realidades de otros países y a hacer amistades en un ambiente internacional. Washington es hermosa. La experiencia fue maravillosa.
—Y fue una tras otra.
—Tuve la suerte de tener la beca de la Organización de Estados Americanos (OEA), que me cubría dos años, entonces postulé a Boston y Juan Carlos a Harvard University. Luego hice dos pasantías, una en la Reserva Federal de Boston y la otra en un bufete de abogados.Juan Carlos Solines y Carmen Corral en un baile de gala en Boston, 1999. Fotografía: CORTESÍA ® C. R.
—¿No les dio ganas de quedarse?
—La estadía se alargó y nuestro primer hijo, Carlos Alfredo, nació allá en 2001. Ahí tomamos la decisión de volver justamente para que creciera en un ambiente familiar. En Estados Unidos, a pesar de ser un país maravilloso, te sientes solamente un número, un extranjero, no eres la hija de Alfredo Corral, Carmen Corral Ponce.

—En ese momento despegabas como abogada financiera, ¿cómo te especializaste en seguridad social en la Superintendencia de Bancos?
—Mientras estudiaba la carrera de Derecho, empecé a trabajar en la Superintendencia de Bancos, trabajé en varias áreas y, por eso, el enfoque de mis maestrías. Después pedí licencia sin sueldo y luego regresé a devengar las maestrías en la Superintendencia.
—¿Eran épocas de crisis bancaria y dolarización?
—Era todo ese lío. Cuando regresé el superintendente de ese entonces, Miguel Dávila, me llama y me dice: “Acaba de salir la Ley de Seguridad Social y quisiera que tú integres una comisión asesora porque nos toca crear el área de control de la seguridad social aquí en la Superintendencia”. Fue un golpe bajo para mí, porque venía con mis maestrías bancarias. Alejandro Maldonado, que luego también fue superintendente, estuvo a cargo de la comisión. Y ahí empezamos a estudiar y a profundizar ese tipo de control.
—¿Y antes quién controlaba al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS)?
—La Contraloría, nada más. Con esa ley se creaba un sistema mixto de pensiones y aparte un régimen solidario en el IESS. Fue todo un reto. Se creó la Dirección de Seguridad Social y pasé a dirigirla. Tenía treinta años y me tocó anunciarle al IESS, que era un elefante de siete cabezas, a los policías (Isspol), a los militares (Issfa) y a todos los fondos complementarios, los maestros y a todos, que la Superintendencia iba a ser la entidad de control. Comenzamos a emitir normas y a auditar. Empezamos a tener la oposición del IESS y del Comando Conjunto, me veían como a una guagua y me decían: “¿Usted me va a controlar a mí?” Fue superduro.
—Pero tenías casa nueva, no tenías que reformar algo.
—La lucha número uno era interna para ganar el reconocimiento de un área de control dentro de la Superintendencia que nos decía: ¿con qué se come la seguridad social? No tienes idea de cuánto nos costó.
—¿Miguel Dávila te apoyó?
—Claro, luego vinieron Alejandro Maldonado y Alfredo Vergara que también me apoyaron. Se creó la Intendencia de Seguridad Social con el mismo rango que la de Bancos y la de Seguros, porque, si no, era como el patito feo. En millones de dólares, controlábamos casi igual que los bancos, porque el IESS tiene un patrimonio de siete mil millones más los otros fondos.
—¿Y la lucha externa?
—Eso también fue durísimo. No me trataron mal, pero al inicio no me hacían caso. Me acuerdo clarísimo que la primera sanción fue de mil dólares al director económico financiero del IESS, que era un economista muy bueno y que casi se muere. Esas multas y sanciones fueron judicializadas y nos dieron la razón, entonces la situación cambió.
—¿Se judicializaron porque ellos impugnaron?
—Claro, pero al final nos dieron la razón. Con la Contraloría fue también otra pugna porque ellos querían abarcar todo. Me acuerdo de una reunión donde estaba mi papá, que era contralor general del Estado en ese entonces. Hicimos una auditoría del sistema de pensiones del IESS y encontramos, por ejemplo, novecientas personas fallecidas que seguían cobrando pensión, ese tipo de irregularidades. Así empezamos a ganar respeto. Trabajé en esa área hasta 2007, llegó Rafael Correa y comenzaron los problemas.
—Hubo un lío con el superintendente Alfredo Vergara.
—El propio Rafael Correa le pidió que nombre a María de Lourdes Andrade a la Junta Bancaria y él se negó. Un día el presidente nos convoca a las seis de la mañana a reunión, todos los intendentes teníamos que informar sobre nuestro trabajo, yo estaba nerviosa, no me gustaba porque se lo veía con ese patrón de autoritarismo. Como todavía no me tocaba, salí al baño y cuando regresé ya no estaba. ¿Qué pasó? Ese rato se habían empezado a gritar, Vergara le había dicho que no iba a nombrar a Andrade porque no cumplía el perfil, entonces Correa había botado las cosas y había salido gritando. Fueron menos de cinco minutos. Después sacaron a Vergara y nombraron a Gloria Sabando, ella ya venía con otra intención. Me enteré que me cambiaba como intendenta de Seguros por el periódico. Como era funcionaria de carrera me quedé en el área bancaria, creo que estuve un mes y ya vi que la cosa no pintaba bien, hasta ahí llegué. Salí a ejercer la profesión, cosa que fue dura porque no lo había hecho desde mi época universitaria.
—¿No habías ido a juzgados?
—Sí había ido cuando era estudiante. Me empezaron a buscar los fondos complementarios y luego ya tuve otros clientes, y también surgieron temas de derecho constitucional, laboral y seguridad social.
La política y el cáncer
—Mientras tanto tu vida cambió: te convertiste en esposa de político, candidato a la Vicepresidencia y mucho después candidato a la Alcaldía. ¿Cómo viviste ese tiempo?
—A mí me parece que la política es muy ingrata, te da demasiados momentos agrios. Cuando vino lo de la candidatura a la Vicepresidencia con Guillermo Lasso en 2012, acompañé a Juan Carlos a todo y, si te soy sincera, sí me gustó, tienes un contacto muy cercano con la gente. Te das cuenta de la realidad tan dura que vive nuestro país.

—¿Te emocionó?
—Sí, mucho, y estaba dispuesta ayudar con todas mis capacidades. Pero también tienes el lado opuesto, el insulto, la mentira.
—Y eso que las redes sociales no eran lo que son ahora. ¿Cómo lo manejaron en familia?
—Los guaguas también nos acompañaban, no muy contentos porque sí es sacrificado.
—Cuando hubo la posibilidad de la Alcaldía de Quito, CREO hizo alianza con SUMA y Mauricio Rodas llegó a la Alcaldía.
—Ahí es cuando digo que la política es muy dura porque fue una cuchillada por la espalda, además, ni te agradecen ni reconocen el sacrificio. Cuando fue candidato a la alcaldía en 2019, ya no lo acompañé porque estaba en la Corte Constitucional.
—Antes del concurso a la Corte llegó una grave enfermedad. ¿Quieres hablar de eso?
—No tengo ningún problema en hablar porque el cáncer ha estado presente en algunos momentos de mi vida. Fue por 2014, mi papá tuvo un cáncer al colon con metástasis al hígado. Cuando tú recibes ese diagnóstico ves la muerte al lado tuyo, mi padre se va a morir. Somos una familia de mucha fe y esto nos marcó mucho. Le hicieron una megaoperación, tuvo seis meses de quimioterapia. Ahora está curado, creo que su sanación es un milagro.
—Y luego viniste tú.
—Sí, dos años después vino mi cáncer, tenía 43 años. En febrero de 2016 me dieron el diagnóstico. Tenía solamente calcificaciones, se hizo una biopsia y salieron células cancerígenas. Tomé una de las decisiones más duras de mi vida, hacerme la mastectomía bilateral, es una operación muy dolorosa, tenaz. Gracias a eso no necesité quimioterapia, pero sí tomé una pastilla por cinco años. Estoy dada de alta y me realizo controles anuales igual que mi papá. Una vez estábamos los dos haciéndonos el PET scan al mismo tiempo en Bogotá. Es duro pero lindo, ambos debíamos tomarnos ese líquido, le dije: “¡Salud, papito!”.
—¿Tus hijos cómo lo tomaron?
—Mis hijos estaban asustados, los calmaba diciéndoles que ya habíamos pasado lo de mi papi, cáncer cuatro, metástasis, lo mío era de cero a uno. “No va a pasar nada, todo va a estar bien y vamos a salir adelante”, les decía, pero eran chiquitos y estaban asustados.
—Tu fe te dio mucha fortaleza.
—Total, porque yo decía mi papi tuvo lo peor y está sano, entonces yo voy a estar bien. Luego de la operación, se alternaban para ayudarme a bañar entre mi mamá y mi esposo. Mi hijo Emilio era chiquito, era siempre supercariñoso y expresivo, pero no me podía abrazar, pobrecito le teníamos tan advertido que venía y me abrazaba los pies: “Mamita, vas a estar bien”.
—¿Cómo te fortalecieron esas experiencias?
—Te hacen dimensionar los problemas, a veces uno los ve como una montaña pero luego dices: “No, ya he pasado por el cáncer de mi papá, mi cáncer, entonces vamos a salir adelante”. Tienes otra visión de la vida. Sin embargo, en 2023, mi mejor amiga, mi hermana, murió de cáncer y eso fue muy duro de aceptar. Se fue en apenas tres meses (sus ojos se humedecen).Jueza de la Corte Constitucional
—Entonces, ¿cómo nació esto de postular a la Corte?
—Vino la consulta popular de 2018 del presidente Lenín Moreno y se eligió al Consejo de Participación Ciudadana Transitorio presidido por Julio César Trujillo. Yo había sido su ayudante de cátedra en la universidad, él dirigió mi tesis, tenía una buena relación. En su afán de la reinstitucionalización del país, Trujillo me llamó: “Carmen, yo quiero que usted esté de candidata en la lista de la Corte Constitucional”. Le respondí que no tenía maestría en Derecho Constitucional, mi área era otra. Él me rebatió: “Justamente lo que queremos es que haya un complemento; además, usted ha sido buena alumna, seguro va a quedar asignada”.
—Te buscó para ampliar el espectro, no nos olvidemos que era para reemplazar a la Corte Cervecera.
—Había mucha expectativa por lo de la Corte, fue una decisión muy pensada. Acepté y me volqué a estudiar, como siempre. Si no salía elegida, igual era un gran honor haber sido finalista.
—Era una manera también de probarte a ti misma.
—Me dediqué de lleno y estudié muchísimo, estuve entre los nueve mejores puntuados. No tuve impugnaciones y quedé como jueza. Ahí vino este reto enorme que me ha tocado desde hace seis años, porque cada día es tremendo.
—Y a Julio César no le molestó tu perfil conservador.
—No lo sé, nunca se habló de eso. Es más, yo ni siquiera me consideraba conservadora.
—No te lo planteaste hasta que comenzaron a encasillar a la Corte entre progresistas y conservadores.
—Pero después de que se empiezan a tomar las decisiones, es como que obviamente yo ya me perfilo del otro lado.
—¿Cómo es tu semana de Corte?
—Es muy demandante el ritmo que nos hemos autoimpuesto desde 2019, bajo la presidencia de Hernán Salgado, porque recibimos diez mil causas pendientes, un monstruo. Me parecía difícil ser jueza porque tienes que poner en una balanza de la mano el derecho, pero tienes que inclinar la balanza de un lado o el otro. Más o menos son plenos semanales de unos treinta casos, cada uno tenemos unos tres casos para analizar y presentar al pleno, y tenemos que ver los casos de los colegas. No se descansa ni un minuto, el fin de semana hay que seguir trabajando.

Carmen Corral (primera fila, cuarta desde la izquierda) en la XV Conferencia Iberoamericana de Justicia Constitucional,
organizada por la Corte Constitucional del Ecuador, 2024. Fotografía: CORTESÍA ® C. R.
—Y los votos salvados.
—El voto salvado es adicional. Además, hay la admisión que son cuatrocientas causas mensuales y el proceso de selección que son las causas de garantías jurisdiccionales. Finalmente, las reuniones de jueces que son los martes para tratar los casos complejos.
—Como el del aborto o la eutanasia.
—Exactamente, esos casos son mucho más fuertes por todo lo que implica.
—¿Qué es lo que más influye el momento de tomar decisiones?
—La formación académica es muy importante porque te da una visión y un enfoque hacia el criterio con el que tú lees la norma, y luego sí influye el tema de tus convicciones.
—¿Qué caso te ha partido el corazón?
—Los casos que han sido más duros son los más polémicos: el aborto, la eutanasia y la niña trans. Hice mi voto salvado sobre el aborto con lágrimas en los ojos.
—¿Y es muy acalorado el debate?
—Sí, es muy acalorado, defiendo mi posición con mucha fuerza. Además, traigo al pleno ejemplos y situaciones, costo económico y todo lo que implica; para mí el debate debe ser global.
—Pero no eres de exabruptos, según me han contado.
—¿Quiénes?
—No te puedo decir (risas).
—Me mantengo en una normalidad. Mis debates sí son acalorados, me apasionan, ahí sí puedo ser dura y fuerte. Mis colegas saben que digo las cosas como son, muchas veces no les gusta, pero me manejo dentro del rango de tranquilidad.
—Y después del debate acalorado y la votación, ¿cómo queda el ambiente en el pleno?
—La primera decisión polémica fue la del matrimonio igualitario, donde tuvimos cinco a cuatro, los votos salvados fuimos Hernán Salgado, Enrique Herrería, Teresa Nuques y yo. Después hubo una rueda de prensa donde el presidente de la Corte estaba en el medio, yo estaba a un lado y estaban mis colegas que habían decidido a favor. Cuando la prensa comienza a preguntar, Hernán anuncia la decisión de la mayoría y comienza a defenderla; yo sentía una gran indignación porque decía por qué no está defendiendo el voto salvado. Pero eso fue una lección para mí porque él defendía la decisión de la Corte Constitucional.
—Salgado marcó ahí un camino.
—Sí, era julio de 2019, habíamos comenzado en febrero, eso nos enseñó a pasar la página y a defender al cuerpo colegiado. Nunca acepté dar entrevistas al respecto porque no cabía la polémica. Finalmente, al día siguiente, tienes que estar nuevamente en el pleno presentando tus casos. Te toca hacer un proceso como que de resiliencia inmediato y pasar la página.
—Fue una gran lección dentro del cuerpo colegiado.
—Veíamos cómo en las otras instituciones empezaban a sacarse los ojos en público. Cuando vinieron los tres colegas nuevos, con la renovación parcial de 2022, les dijimos también eso, que las discrepancias se manejan con respeto dentro de casa.
—Hay los casos políticos como el de la sucesión de la Alcaldía de Quito o el de la vicepresidente Verónica Abad, ¿cómo no dejarse arrastrar por la política?
Junto al doctor Luiz Edson Fachin, Vicepresidente del Supremo Tribunal Federal de Brasil en octubre de 2024. Fotografía: CORTESÍA ® C. R.
—Es bastante complejo porque de todas maneras la decisión que toma la Corte es política y hemos tenido varias: el juicio político contra el presidente Guillermo Lasso, los decretos de la muerte cruzada, el alcalde Jorge Yunda, la vicepresidenta Abad. Es un hecho. Lo positivo es el origen de la Corte, que vino de este proceso de reinstitucionalización, no tienes un membrete ni te debes a nadie. Ya hemos pasado tres presidentes y vamos al cuarto, que se dará en paralelo con la renovación de tres jueces.
—¿Nunca te han dado un telefonazo para pedirte algo?
—A mí no me han llamado, cada uno responde a sus convicciones. Se ha hecho un compromiso para que la Corte se mantenga lo más alejada posible de esas injerencias.
—Hay otras sentencias en las que la conservadora Carmen Corral ha defendido derechos laborales o de los jubilados.
—Por supuesto. Cuando son temas de seguridad social, mis colegas me consultan y me escuchan, ha sido importante la visión que yo he podido traer a la Corte; igual con algunos temas bancarios. Julio César tenía razón en eso.
—Ahora se habla de una nueva Constituyente para elaborar la Constitución número veintiuno. Vivimos enfrascados en un legalismo cuando en realidad no se respeta la Constitución. ¿Qué opinas sobre eso?
—Cada grupo, cada partido, tira el agua para su molino. No voté por la Constitución de 2008, ahora me toca defenderla, pero pienso que se deberían hacer reformas puntuales. No creo que nos haría bien una nueva Constitución nacida de una Constituyente, ese es mi punto de vista muy personal.